Recordando a dos héroes legendarios leoneses

 

César Pastor Diez

La ciudad de León tiene dedicados un monumento y una calle a Guzmán el Bueno y a don Suero de Quiñones, respectivamente, dos héroes leoneses de diferente estilo pero de igual hombría de bien. Alonso Pérez de Guzmán se hizo famoso en Tarifa, de donde era gobernador y donde prefirió la inmolación de su hijo antes de entregar la plaza al enemigo: «Si no tenéis acero para matarlo, ahí va el mío», es la frase lapidaria atribuida a Guzmán lanzando su puñal a los pies de los infieles, para no someterse a la rendición que le exigían los moros benimerines mandados por Aben Yacub. Después de aquella gesta el rey Juan II de Castilla le abrazó llamándole Guzmán el Bueno, epíteto que le acompañaría el resto de su vida. En cuanto a don Suero de Quiñones le viene la fama de su Paso Honroso en el Puente de Órbigo, que le sirvió de palenque de honor en el Camino de Santiago para probar su amor a la dama de sus pensamientos.

 


Don Suero de Quiñones no era un loco de atar imaginario, como don Quijote, sino un aventurero de carne y hueso, aunque con el espíritu de los caballeros andantes de la época medieval. Antes de lanzarse a la aventura del Paso Honroso estuvo guerreando junto a Álvaro de Luna contra los zegríes y abencerrajes de Granada. Los combates novelescos que mantenía don Quijote contra los molinos de viento y contra los pellejos de vino los libraba don Suero arcabuz en ristre y sable al cinto contra los enemigos de la fe cristiana, y siempre despreciando el riesgo de morir.

Todos los héroes reales o legendarios tuvieron su heroína inspiradora de sus hazañas y aventuras: don Quijote tuvo su Dulcinea; Tirante el Blanco, su Carmesina; el Cid Campeador, su Jimena y Suero de Quiñones, su Inés de Tovar. Los modelos caballerescos de todos ellos procedían de Cornualles, la región del sudoeste británico, junto a los feroces acantilados del paisaje escogido por Chretien de Troyes como escenario para las leyendas del rey Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda, con sus principales personajes Ginebra de Camelot y Lancelot du Lac. Chretien de Troyes, fue considerado el primer novelista de Francia y quizá de Europa. También de aquel bravío paisaje británico, siempre azotado por temibles galernas, arrancan las desgraciadas aventuras de Tristan e Isolda, bajo la influencia de la cultura celta y ampliamente difundidas a nivel mundial por la historia de la literatura y de la música. 

Los ingredientes que sazonan estas historias son siempre el amor, la aventura, la lealtad, la magia, la intriga, la tragedia y la muerte. Y Wagner encontró en todo ello un rico caudal de inspiración para algunas de sus óperas.

Las hazañas de don Suero de Quiñones habrían merecido también los honores de una ópera wagneriana, o al menos una película, como en el caso del Cid (otro héroe de Castilla y León), que fue encarnado por Charlton Heston, con Sofía Loren en el papel de Jimena. Suero de Quiñones, una vez autorizado por el rey Juan II, escoge para escenario de su epopeya el Puente de Órbigo que da entrada a la localidad de Hospital de Órbigo. En el año santo compostelano 1434, sobre este puente romano se apostó don Suero con un grupo de sus caballeros para establecer el Paso Honroso, de manera que todo aquel caballero que quisiera pasar sobre el puente tendría que luchar contra don Suero o contra alguno de sus nueve caballeros, entre los cuales se hallaban Lope de Estúñiga, Diego de Benavides y Lope de Aller. Y dicen las crónicas que allí se rompieron muchas lanzas y corrió mucha sangre aunque fueron pocas las víctimas mortales.

Aquellos hombres eran audaces, impetuosos, se jugaban la vida al menor precio, pero convencidos de que sus nombres resonarían en la posteridad. Aún no se habían inventado los periódicos, ni la radio ni la televisión, así que de momento eran los trovadores y los juglares quienes con sus cantos de gesta se encargaban de divulgar por los pueblos las hazañas de aquellos héroes que las sencillas gentes del ámbito rural escuchaban con la boca abierta.

Tras finalizar el torneo y las justas del Paso Honroso, don Suero de Quiñones marchó en peregrinación hasta Compostela para postrarse de hinojos ante la tumba del apóstol Santiago. Antes había acudido a León para mostrar su devoción en la Colegiata de San Isidoro.

Andando el tiempo, al decaer la moda de los caballeros andantes muchos de ellos ingresaron en los monasterios y abadías de monjes guerreros, sobre todo en los cenobios de la Orden de los Templarios, como el castillo de Ponferrada en el Camino de Santiago, el de La Alberca de Salamanca, en el Parque de las Batuecas; el de Miravet en Tarragona, edificado en una alta escarpadura rocosa sobre el río Ebro, o el de Monzón en Huesca. Otros caballeros se acogerían a la disciplina de la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén (Orden de Malta), a la que pertenecía la Castellanía de Amposta, también en Tarragona.

Los dos héroes leoneses, Guzmán el Bueno y don Suero de Quiñones, tuvieron muertes alevosas: envueltos en cizañas, odios e intrigas palaciegas: Guzmán el Bueno, habiendo ido a la Sierra de Gaucin, cayó en una celada y murió valerosamente. En Cuanto a don Suero de Quiñones murió en 1458, en Bercial de la Loma (Valladolid) a manos de un traidor llamado Gutierre de Quijada. 

La gesta del Paso Honroso de don Suero se conmemora cada año a primeros de junio y ha sido declarada de interés turístico regional.